jueves, 8 de octubre de 2009

Moviéndose entre la jungla caraqueña

Acostumbrados a los cambios fugaces en el ritmo de vida, los venezolanos, consiguen muy poco tiempo para detenerse a pensar en “algo”.

Sonará el despertador a las 5:30 de la mañana y será la hora para que los caraqueños salgan a trabajar, más tarde lidiaran para soportar una agobiante jornada que hace las horas interminables para volver a casa. De cualquier manera, ya sea para cumplir sus labores o para volver al “dulce hogar”, deben atravesar un polifacético espacio, explorado pero desconocido a la vez; un hábitat en donde confluyen miles de semejantes con destinos similares mas no idénticos, un lugar cotidiano pero que cada día puede sorprenderlos con inimaginables y controversiales acontecimientos. Se producen también cuadros visuales, que sin necesidad de establecer algún tipo de intercambio comunicativo desvían la atención de los actores sociales y quedan grabados en su memoria temporal, en general son un sin fin de interacciones que afectan indudablemente la conducta, las emociones y el modus vivendi del individuo. John Huston en su película de los años 50 denominó a ese sitio “la jungla de asfalto”, otros la conocen como “la calle” o simplemente la nombran “entorno grupal”, sin importar las distintas acepciones presentes es indudable la existencia de este espacio común en el que deben subsistir los citadinos de Caracas, Londres, Buenos Aires, Atenas, Nueva York, Madrid y de cada una de las ciudades del globo.

Al hacer referencia a esta zona de confluencia, surge una pregunta contundente y enfocada en el entorno más cercano ¿Qué diferencias puede tener “la calle” de Caracas, con respecto a las demás, que la hace particular y difícil de soportar para sus habitantes?

Diferentes maneras encuentra un caraqueño para desenvolverse por su jungla de asfalto, hay quienes prefieren utilizar la lata con cuatro ruedas, algunas más modernas, algunas sin aire acondicionado, pero todas destinadas a sufrir ante el enemigo número uno de los apresurados: el tráfico. Miles de vehículos se juntan para armonizar largas filas en la mayoría de las redes viales de la ciudad, y es allí entre emisoras radiales y músicas variadas donde el individuo se enfrenta a numerosos conflictos: motorizados por ambos lados que con suerte no les despojan de sus retrovisores, algunos “tratando de colearse”, otros “comiéndose la flecha”, uno que choca, otro al que chocan, varios que gritan, muchos que se exaltan, a casi todos se les lee entre los labios “ya es muy tarde”. Las personas experimentan este tipo de situaciones que aumentan sus niveles de stress continuamente e incrementan el ritmo de movimiento, pensamiento y de respuesta rápida ante las situaciones del día a día; y esto sin mencionar otros caraqueños que optan por introducirse en “la calle” de diferente manera.

El metro de Caracas es otra opción para los habitantes de la gran ciudad. Desprovistos de cualquier tipo de protección de latón, los actores sociales deben enfrentarse directamente con sus semejantes que intentan a como de lugar tener un puesto en el próximo vagón, pero primero deben hacer la cola para comprar el ticket si no lo tienen, luego atravesar el cinturón giratorio que les permitirá entrar en el mundo subterráneo de la ciudad. Un ambiente totalmente variado y diverso se puede visualizar, lo más complicado para las personas es tener que lidiar con incómodos roces y empujones entre gente que nunca había visto en su vida; altos, bajos, blancos, negros, azules, todo tipo de hombres y mujeres se juntan en un entorno lleno de incertidumbre pues no saben cuándo se detendrá el vagón repentinamente, tampoco a cuál le sirve el aire acondicionado, menos aún cuándo vendrá un sujeto a quitarles la cartera o cuando se acercará una mujer a pedirle dinero para comprar el remedio de su hija. Toda esta inconsistencia, en conjunto con el agotamiento físico producto de estar parado durante bastante tiempo y de largas caminatas, mantiene a los caraqueños en un estado temperamental alterado, que no mejorará si al salir a la superficie lo rodea una acumulación excesiva de basura en las aceras, incontables puestos improvisados de venta, olores indeseables, indigentes en cada esquina y pare usted de contar.

Por último, se encuentran los caraqueños que prefieren utilizar el medio de transporte urbano por excelencia: el autobús. Pero la diferencia de cualquier sistema de autobuses del mundo y el de Caracas, es la desorganización de este último. Los buses y sus conductores son controlados por organizaciones particulares. A pesar de que el estado posee una línea propia como normalmente ocurre en cualquier ciudad, no se da abasto para cubrir las diferentes rutas de transporte, las cuales terminan abarrotadas por los transportistas particulares. Es allí cuando el caraqueño entra en la escena, primero debe alzar su brazo apuntando hacia el otro lado de la calle, esta seña será captada por el conductor de la “camionetica” (término popular venezolano para referirse al bus de pequeñas dimensiones) que frenará de golpe para recoger a su próximo pasajero, si este cuenta con un poco de suerte encontrará un puesto vació para sentarse, de lo contrario retará a la gravedad para no terminar en el suelo con cada repentina frenada. Una vez dentro del autobús debe estar prevenido para gritarle al chofer: “la parada”, con esta frase determinara el lugar en el que desea bajarse, empujará a quien se interponga en su camino y finalmente pagará los 90 céntimos de Bolívar fuerte por el servicio de transporte recibido.

Así pues, con cualquiera de las opciones escogidas el caraqueño llegará a su lugar de trabajo o se devolverá, al finalizar la jornada, a su hogar. Ninguna de las tres formas de transporte, como se pudo visualizar, es la más acorde para cualquier persona que pretenda llegar con los ánimos bien en alto para darlo todo en sus labores, sin embargo, tampoco se oyen muchas quejas y el venezolano continúa viviendo en la precaria movilización de su ciudad, que más que ser eso, pareciera un jungla de asfalto en donde todos luchan cada mañana por sobrevivir.

Alejandro Sanjinés Toubia

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